martes, 19 de abril de 2016

 LA SOMBRA DEL MAL (MARÍA JOSÉ MORENO)

María José Moreno nació en Córdoba (España) en 1958, donde reside. Escritora, psiquiatra y profesora titular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Córdoba, se inicia en el ámbito de las publicaciones con artículos científicos y libros en el campo de la psiquiatría. En el año 2008 irrumpe en la literatura de ficción, con un relato titulado "Cosas de Catedráticos", que fue galardonado con el Cuarto Accésit en el II Certamen Internacional de Relato Breve de la Universidad de Córdoba. Al año siguiente, inaugura Lugar de Encuentro, su propio blog literario; con más de doscientas mil visitas, es el referente para la publicación de sus relatos cortos.
El año 2010 queda finalista en el Certamen de Novela por entregas (ediciones Fergutson), con su novela "Vida y milagros de un ex", la que en 2011 fue publicada en formato eBook y consiguió más de cuarenta mil descargas, actualmente en venta bajo el sello B de Books. Además, ha participado en varios encuentros literarios tratando el tema de la publicación digital independiente y colabora habitualmente en la Revista Terral (de arte y literatura) desde su creación.
Tras el éxito de "Vida y milagros de un ex", publicó el 2012 "Bajo los tilos", novela que se ha mantenido entre los primeros lugares en los top de ventas de las plataformas digitales más importantes (Amazon, Grammata, Fnac) y que saldrá publicada en papel en enero de 2014, bajo el sello editorial Vergara del grupo Ediciones B. En mayo de 2013 publica "La Caricia de Tánatos" en formato digital, con la editorial El desván de la memoria, novela que constituye la primera parte de una trilogía y que a los pocos meses también se convirtió en un fenómeno de ventas. Su estilo narrativo, definido por los lectores como prodigioso, creativo e intenso, a través de un lenguaje que resulta ameno y envolvente, la va perfilando poco a poco como un nuevo referente de la literatura contemporánea.
Casada y madre de una hija, mantiene un contacto directo con sus seguidores de distintas partes del mundo a través de las redes sociales. En la actualidad trabaja en nuevos proyectos, entre los que destaca el segundo volumen de la Trilogía de Nix, "En brazos de Sísifo" y combina su pasión por las letras con su actividad profesional.
En diciembre de 2013 ha sido reconocida, además, por el periódico Diario Córdoba, en homenaje a su destacada trayectoria profesional, siendo incluida en el especial "500 mujeres que hacen Córdoba".

SINOPSIS

Varios asesinatos con idéntico modus operandi señalan como sospechosa a Rosa María Luque, novia de un reputado político, famosa escultora y sucesora de una familia muy conocida de la ciudad. Aunque mantiene su inocencia con absoluta convicción, todas las pruebas recaen sobre ella.
Su mente es un puzle incompleto y desordenado. Su amnesia, su angustia y su inestabilidad emocional complican su defensa en el inminente juicio, por lo que su abogado defensor, Enrique Castilla, contrata los servicios de Mercedes Lozano, psicoterapeuta interpersonal, y Miguel Vergara, psiquiatra, quienes deberán acometer la difícil tarea de reconstruir el pasado para entender el presente y solventar el futuro de Rosa.
¿Finge o dice la verdad? ¿Puede la mente olvidarse del ayer, vivir el hoy y no prever el mañana?
En El poder de la Sombra, Mercedes, Miguel y Enrique desnudarán la biografía de Rosa, conduciéndonos por una escabrosa trama que desembocará en un sorprendente final.

FICHA TÉCNICA

Título: El poder de la sombra
Autor: María José Moreno
Editorial: Off Versátil
Encuadernación: Tapa blanda
Páginas: 344
PVP: 19,50 €

MI OPINIÓN

 En la primera parte de esta trilogía,  La caricia de Tánatos, me sorprendió su planteamiento sobre el mal; el mal planea muy cerca, puede estar a tu lado o a la vuelta de la esquina, con distintos nombres, con distintas caras, suplantando en  muchas ocasiones lo que entendemos por bien pero sin dejar de ser el mal.
También me sorprendió  su forma clara y sencilla de exponer los argumentos y sobre todo el gran conocimiento de las reacciones humanas, haciendo que te identifiques con los personajes; amándolos y odiándolos en el siguiente instante.
En esta nueva entrega da un paso (o dos o tres) más allá llevando el mal a extremos insospechados. Ahondando en las batallas que a diario libra cualquier ser humano, de las que ni siquiera se excluyen los conocedores de la mente y sus reacciones, aún sabiendo lo que la psique es capaz de esconder. Describe con maestría ese mal que a modo  de araña  va tejiendo lentamente su red en la que tarde o temprano podremos caer.
Historias paralelas de gran intensidad trenzadas con el mismo hilo,  en las que confluyen todos los personajes. El mal está presente y extiende sus tentáculos salpicando a todos.
Se me pone el vello de punta al pensar que ese mal puede estar latente en cada uno de nosotros; solo es necesario encontrar el botón que encenderá la alarma, y a veces, es bastante más fácil de lo que se piensa. Bajo este prisma, no deja de ser inquietante saber que la línea que lo separa del bien es tan fina.
Como ya habréis leído el resumen, no voy a "destriparos" el libro, pues está escrito como el capullo de una flor que a medida que se van abriendo sus pétalos va mostrando la acción y revelando la verdadera naturaleza de cada personaje. Solo deciros que una vez que te metes en su espiral, no serás capaz de dejar de leerlo hasta el final.  Y una vez terminado, necesitarás unos días para procesarlo todo. Al menos así ha sido en mi caso.
No quiero terminar sin hablar también de la portada, la imagen es de una sutil belleza. La interpreto como el equilibrio entre el bien y el mal. Una preciosa portada para un excelente libro. Por lo que lo recomiendo encarecidamente. No os defraudará.
Y ahora...esperando la tercera entrega.

Es  la opinión de una humilde lectora.
Pepa Cid


domingo, 27 de diciembre de 2015

CARTA A LOS REYES MAGOS




Queridos Reyes Magos:
Me llamo Pablo, soy un niño de nueve años que vive en una pequeña ciudad. Hoy "la seño" nos mandó un trabajo, os teníamos que componer una carta ; pero no la típica carta. Nos dijo que escribiésemos desde el corazón, que buscáramos en él, que no pidiésemos cosas materiales. Al principio no lo entendí muy bien, creo que el resto de mis compañeros estaba tan desconcertado como yo; no sabía empezar y dándole vueltas al asunto se me vino a la cabeza un anuncio que vi en televisión la otra tarde.
Eran niños de mi edad  muy pobres, muy flacos y bastante más pequeños de estatura. No tenían nada, apenas un cuenco con algo parecido a un puré  para comer. Aun así  parecían felices, me fijé que les brillaban los ojos. Eso me hizo pensar bastante, la verdad, porque yo con mucho más nunca estoy satisfecho, siempre quiero lo que no tengo. ¿Se referiría la seño que pidiéramos para esos niños? no estoy muy seguro pero ¿Estaría en vuestra mano proporcionar un mundo más justo y equilbrado? 
Bueno, acabo de tener una idea,  os voy a escribir la carta y ya vosotros decidiréis si lo que pido puede ser.

"Queridos Reyes Magos": -¡Uy eso creo que ya lo puse antes!-...Este año me he portado bien...bueno podría haberlo hecho mejor ,si, todo es mejorable.  Os  encargaría muchas cosas para mí, de verdad que me hacen falta, pero las voy a posponer porque creo que lo que os tengo que pedir  les  hace más falta a otras personas.
En primer lugar, me gustaría pediros un carácter nuevo para el padre de Carlos, está enfadado todo el día y le habla fatal a su madre y a él también; que cuando habla con ella, a veces se le va le mano y aparece con un ojo morado. Ella dice que se ha caído por las escaleras, pero yo no me lo creo, pues cuando me ha pasado a mí, me han salido muchos moratones por todo el cuerpo, no solo en la cara.
También me gustaría pediros una buena salud para Sara. Desde principios de noviembre no viene al cole, he ido a verla casi todas las semanas a su casa porque es una de mis mejores amigas. Está muy flojucha y apenas puede levantarse, se le ha caído todo el pelo y tiene enormes ojeras aunque siempre me dedica una gran sonrisa cuando me despido de ella. Por favor, os pido que se cure pronto que quiero verla en el cole con todos nosotros.
Quiero pediros mucha fuerza y ánimo para Jaime. Acaba de perder a su papá. Su abuela nos dice que se ha ido al cielo a pasar unas vacaciones, pero nosotros ya no somos niños pequeños y sabemos que eso no es verdad. Tal como quedó el coche después del accidente no creo que sobreviviese. Un tipo que venía borracho se saltó la mediana en la autovía y chocó contra su vehículo. Cada vez que lo pienso siento mucha rabia; sé que no es bueno tener esos sentimientos pero que injusta es la vida ¿No?
Por otra parte quería deciros que mi amigo Luís lo está pasando fatal. El disimula y se hace el fuerte delante de mí, pero noto su mirada triste, sin brillo. El otro día cuando fui a buscarlo a su casa para ir a entrenar su padre se marchó dando un portazo y sé que no ha vuelto.
Ese día Luis no estuvo muy acertado en el entrenamiento y cuando le pregunté en las duchas que qué le pasaba me respondió que sus padres se estaban separando, que él quería muchísimo a los dos pero que ellos solo pensaban en sí mismos y no querían vivir juntos con él. En aquel momento no supe que decirle, y solo se me ocurrió abrazarlo muy fuerte. ¿Está en vuestra mano que sus padres arreglen sus diferencias? Creo que para él sería el mejor regalo de Navidad.
Tengo otra petición muy especial. El papá de Julia lleva más de dos años sin trabajo. Es un hombre muy simpático, a veces viene al cole para hablarnos de lo que hacía antes de estar parado. ¿Le podríais conseguir un empleo? Ya os digo que es un tipo muy majo y vale mucho. Nos hizo todas las maquetas para el Belén viviente. Eso debe contar...digo yo.
...Y para mí... uff después de pediros tantas cosas me da  apuro pedir para mí, y sinceramente no os lo pediría si no fuera tan necesario...mmm esto...¡Venga ahí voy!
Para mí...bueno mejor sería decir para mi madre... ¿Le podríais traer un corazón nuevo? sí, sí...un corazón he dicho. Aunque mi madre es una mujer joven el médico le ha dicho que tiene un corazón viejito, muy desgastado y no sabe cuánto tiempo le funcionará. Para mí es difícil de entender, claro que quiere tanto a toda la gente...que lo mismo es por eso.
Sé que es mucho pedir; pero vosotros sois magos y podéis cumplir los deseos de millones y millones de niños y adultos. Y os puedo ayudar con el reparto en el barrio, me conozco a casi todos los niños y niñas de esta zona.
Un abrazo para los tres...Melchor...Gaspar y Baltasar. ¡ Cuidado por el camino, que en estos días se desplaza mucha gente y hay cantidad de tráfico!


Cuando terminé la carta levanté la mano para llamar la atención de la seño.
-Ya he terminado -le dije entregándosela.
La seño la leyó en silencio, yo la miraba atentamente. No sabía que pensar...¿Le  estaba gustando?
Observé cómo le brillaban los ojos y como disimuladamente se deshacía de una lágrima con el anverso de la mano.
Me abrazó y me dijo: Seguro que los reyes magos atienden a tus peticiones, porque las has escrito con el corazón.


FOTO Y TEXTO Pepa Cid.


jueves, 16 de julio de 2015

...COMENZAR...



Filiberto Matute apuntaba al prisionero sin pestañear,  sin pensar, no le temblaba el pulso, pero sí quizá el convencimiento de lo que estaba haciendo.
Miguel lo miró a los ojos durante unos segundos que le parecieron toda una vida, con mirada altiva y orgullosa, cediendo en el último instante para pedirle con voz queda que perdonase la vida a su compañera.
Le disparó sin piedad, pero cuando miró a la joven, algo se le removió por dentro. Disparó al aire y con un gesto le indicó que se marchase. Mariana dudó unos instantes, pero echó a correr sin una dirección precisa.

Los días se sucedían unos a otros, todos igual de grises, con la rapidez que se disipa una tormenta de verano.
En todo ese tiempo, Filiberto no había sido capaz de dormir del tirón ni una sola noche. Cada vez que cerraba los ojos, veía el horror reflejado en la cara de aquella mujer. Estaba demacrado, irascible y la convivencia en su casa se había ido deteriorando por días. A las preguntas de su mujer solo un mudo silencio  daba por respuesta.

Edelmira Fuentes llegó a pensar que ya no le gustaba a su marido. En su afán de querer ser madre…había olvidado otros aspectos cotidianos con su esposo llegando a ser casi una obsesión. Sus días languidecían dando paso a la noche, mala aliada que hacía crecer sus fantasmas.

No sabían qué hora era. Les despertaron los golpes sobre la puerta. Encendió la luz y miró a su mujer que estaba tan sorprendida como él.
De un salto se puso de pie y corrió a ver qué pasaba. Por la mirilla no veía absolutamente nada, solo la calle vacía, callada, dormida.
Volvía ya al dormitorio, cuando la intuición le aconsejó abrir la puerta.
Se encontró una caja de cartón en la que se movía algo. Se agachó y cuando estuvo suficientemente cerca, comprobó que era un recién nacido, un bebe pequeño de ojos grandes, de pelo muy negro, con una escueta nota que decía:
“Ahora es su hijo…le dio la vida cuando perdonó la mía”
Cuídelo   M.
Notaba como un abismo se  abría a sus pies a una velocidad de vértigo.
Edelmira preguntó a su esposo que qué ocurría, pues este tapaba totalmente la caja.
Se echó hacia un lado sin decir una sola palabra, entregándole la nota evitando su mirada.
Antes de leerla miró dentro de la caja, no podía dar crédito a  sus ojos. Su mirada  se repartía entre la caja, su marido y la nota.
-¿Qué es esto?, no alcanzo a entender nada.
Filiberto, con la mirada perdida en algún punto poco exacto de la caja, comenzó a desvelar todas las incógnitas que le habían atormentado durante estos últimos meses.
Un silencio pastoso se levantó entre ellos; Edelmira iba a hablar, pero Filiberto ya sabía lo que iba a decir y la cortó secamente.
-No podemos quedárnoslo, sentenció.
Edelmira después de permanecer largo rato callada lo miró muy seria a los ojos y dijo:
-Es nuestra gran oportunidad para ser padres, la ocasión parece llovida del cielo. ¿Habrá escuchado Dios mis plegarias? Nos lo quedamos. En la escuela maternal conozco a alguien que nos puede ayudar.
-Esto es de locura- insistió Filiberto.
-Locura es lo que está pasando en este país. ¿Qué crees que pasaría si llamáramos  a la policía?. Abrirían una investigación y quizá te salpicaría.
- Esta noche el bebé se quedará  aquí, pero mañana, con la luz del día ya decidiremos, -concluyó Filiberto.

Una noche más de insomnio, y eso que el bebé no lloró ni una sola vez, solo miraba con esos ojos grandes, negros, asustados, quizá presintiendo que si lloraba arruinaría su suerte.
¡Qué noche más larga! Pero la decisión estaba tomada, lo entregarían a primera hora de la mañana.
Era una mañana muy fría, la calle seguía desierta, silenciosa, las miradas furtivas les atravesaban el alma; como si supieran su secreto. En el último instante, no supo si por las lágrimas de su mujer o por las suyas propias, giró sobre sus pasos y regresaron  los tres a casa.
Fueron días tensos, llenos de dudas. Filiberto, que tenía sus contactos, pidió opinión a un funcionario del gobierno. Después de estudiar todas las opciones posibles, la única factible era salir del país.
¿Cómo?...sería un cambio radical en sus vidas.
Filiberto tendría que dejar su profesión, pues qué hacía un militar saliendo del país. Y Edelmira tendría que dejar atrás su querida escuela maternal que con tanto sacrificio y esfuerzo había sacado hacia delante.
Días ajetreados, de difícil papeleo, de sentimientos encontrados, de enfrentarse a una nueva vida, dejando atrás otra relativamente cómoda.
Nada más pisar el suelo español, un escalofrío le recorrió la espalda, emoción, miedo, una mezcla de todo a la vez.
Pero su odisea particular no había terminado, es más, acababa de empezar.
Ya en el aeropuerto con su nueva identidad, tenían que pasar por la aduana. El tiempo agonizaba lentamente, la espera se les hizo interminable.
El agente miraba y remiraba la documentación; los papeles pasaban de unos funcionarios a otros, los miraban, murmuraban entre ellos.
Baldomero (que ese era su nuevo nombre en su nueva identidad) estaba al borde del colapso, cada vez se ponía  más nervioso, a diferencia de otras veces, en esta ocasión su mujer estaba demostrando una calma poco habitual en ella.
Por fin una funcionaria les entregó los documentos de mala gana, y les dijo que tenía que hacerles algunas preguntas.
Se miraron de forma cómplice, pero no perdieron la compostura pues sabían que dependía de su actitud el permanecer aquí o tener que volver a su país.
-¿Qué les trae a España?
-Trabajo, contestaron al unísono.
-Traen en regla los papeles laborales?
-Sí, la agencia nos aseguró que teníamos un trabajo aquí.
-¿Se quedan en Madrid?
-No, vamos a un pueblo de Córdoba.
-¿Y el bebé?
-Es nuestro hijo. A medida que lo decía un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. No había deseado tener un hijo de esa forma, pero ahora no tenía vuelta atrás. Moralmente estaba unido a ese niño desde el momento en que libró a su madre de una muerte segura; ahora se sentía responsable, pero quizá hasta ese momento no había sido verdaderamente consciente. Tuvo que escuchar esas palabras para entender que se  había convertido en padre y la responsabilidad empezó a pesarle como una losa.
Después de unos segundos que se les hicieron eternos, la funcionaria los dejó marchar.
Con las maletas llenas de ilusiones, pero también de miedo e incertidumbre, avanzaban los tres por el pasillo central. Parecían una familia normal.  Asumiendo su condición de inmigrantes en un país, que les había acogido fríamente.


LA REALIDAD
Dejaron atrás un cómodo pasado, sabían que se enfrentaban a un futuro incierto mientras vivían un presente, en el que sólo tenían tiempo para solucionar los problemas que surgían sobre la marcha, algunos en los que habían pensado y estaban preparados para afrontarlos, otros que surgieron de improvisto y pusieron a prueba su capacidad de permanecer con calma frente a la adversidad, momentos que habían unido más a la pareja.
Llamaron a muchas puertas, las encontraron todas cerradas; todo quedaba en buenas intenciones.

A través de un compatriota que los invitó a una fiesta típica colombiana, se puso en contacto con Baltasar.
Quería poner un negocio, pero aún no sabía de qué; lo mismo una frutería de barrio. Baldomero intentaba asimilar su nueva situación, pero rápidamente se perdía en su pasado más reciente. Debía ordenar sus ideas para encontrar la mejor solución.
Al principio no era ni siquiera una frutería, compraban fruta y la vendían por la calle, lo que algunas veces le acarreaba serios problemas con la policía local; parecía que llevaran grabado visiblemente en la frente “narcotraficantes” por el hecho de ser colombianos.
Con el paso del tiempo Filiberto (Baldomero ahora) se dio cuenta que tenía gran habilidad para su nueva ocupación. ¡ Quién se lo iba a decir!. Poco a poco el negocio fue creciendo; con mucho trabajo y  la simpatía natural  de Edelmira (Fuensanta ahora) abrieron una frutería.
Siempre que podían, ayudaban a otras personas, colombianas o de otros países; su condición de inmigrantes, les hacía ponerse en su piel, y sabían perfectamente los sentimientos por los que pasaban, por muy bien que los hubiera acogido el nuevo país.
Les ayudaban a encontrar casa, o un posible trabajo, ponían en contacto a personas que pudieran tener intereses comunes.
A veces en la tienda surgían debates en los que  arreglaban  el mundo a su manera. Se montaban unas tertulias más propias de un café que de una frutería.

Un día María, una clienta habitual, que, con su carácter afable y desenfadado, había cimentado una profunda amistad con Fuensanta, se acercó a la frutería pues  se le habían presentado de improviso unos amigos y necesitaba más frutas y verduras.
Saludó  a Fuensanta con la alegría que siempre le acompañaba. María nunca tenía prisa, siempre echaba más tiempo del que precisaba en la frutería.
Poco a poco la amistad entre ellas se fue consolidando a pesar de ser tan distintas, incluso de edad. Tenían aficciones muy parecidas; entre ellas: la lectura, escribir y recitar poesías. Aunque Fuensanta nunca le había hablado de su vida anterior, ni de los motivos por los que su marido y ella acabaron en España. Ni María, que entre sus virtudes se encontraba la prudencia había indagado más allá de lo que su amiga le había contado.
A María le llamó la atención un niño de poco más de un año gateando por el suelo; un niño de ojos grandes, de pelo negro… María y Fuensanta cruzaron las miradas, no hicieron falta las preguntas.
-Es una historia muy larga. –dijo Fuensanta
-Tengo tiempo. -Contestó María.


Así Baldomero, Fuensanta y Jesús renacieron de nuevo. La vida les dio una oportunidad para ser felices…y ellos la supieron aprovechar.



Texto y foto: Pepa Cid

viernes, 30 de enero de 2015

DÍA DE LA PAZ 2015


DÍA DE LA PAZ 2015

Hoy 30 de enero, celebramos el día de la paz y la no violencia, y no es casual; tal día como hoy en 1948, fue asesinado Gandhi, por dedicar toda su vida a defender los derechos humanos.
El mundo ha cambiado desde entonces, pero todavía en muchos lugares, demasiados, siguen sin respetarse.
Igual que nosotros, muchas personas celebran este día en todo el mundo.
Pero no es suficiente reunirse para hablar de la paz, hay que creer en ella y trabajar en la medida de nuestras posibilidades para conseguirla. No se puede quedar en un simple gesto, hay que construirla día a día, respetándonos, y cumpliendo nuestros deberes.
Varios gestos sencillos pero unánimes son capaces de mover conciencias.
Este es el momento de empezar desconvocando al odio con alegría, desanimando al miedo con firmeza, penalizando la prisa con caricias, desarropando la mentira sin utilizar la fuerza.
Es posible rehabilitar los sueños dibujando sonrisas, tu y yo…es un nosotros que juntos podemos.
Uniremos nuestras voces sin violencia, para que nos oigan, que la respuesta no es el silencio.
 Somos diferentes y con distintas formas expresamos el mismo credo, como el canto que fluye de la tierra, en el lenguaje universal de la alegría. Desvaneciendo fronteras; en esta hermosa tierra, todos cabemos.
Es el momento de abrir la puerta a la esperanza, de ser libres para soñar; tenemos la oportunidad de  unirnos a todas esas personas que están convencidas de que la paz es posible.
Este es el papel de tu vida, mereces un óscar por ello.
La paz es fuerte y frágil a la vez, cuídala y defiéndela como tu bien más preciado. Que sería de nosotros sin la paz. ¿Te lo has planteado alguna vez?

Pepa Cid: Texto e imagen


viernes, 26 de diciembre de 2014

LAS VOCES ERRANTES



Atraída por el título, y por la buena prensa que le precedía, me decidí a comprar  este libro.
Una historia  de violencia de género o malos tratos, igual da como lo denominemos, narrada con un estilo muy directo en primera persona, con desgarro, con crudeza pero con prosa amable sin dejar de lacerar como cuchillo punzante  el alma y despertar tu rabia. Aunque también a medida que te vas adentrando en la historia, te provoca un sentimiento de compasión hacia el protagonista, como víctima de sus propios fantasmas.
Amador, el protagonista de esta historia, asiste al despertar en su interior de unas voces que lo ayudan a soportar su terrible niñez eludiendo así la realidad. Pero esas voces se hacen tan fuertes que lo dominan, incluso llegando a poner a prueba la estabilidad que había alcanzado con su matrimonio.
Angustias, su mujer, viendo que peligra su vida y la de su propio hijo, y a pesar de estar muy enamorada de Amador, decide abandonarlo hasta que logre controlar "esas voces".
En su titánico esfuerzo por ir apagando esas voces Amador descubre su pasado más oscuro y sobrecogedor, olvidado en algún estante de su memoria.
A pesar de la novedosa terapia a la que voluntariamente se somete, no logra acallarlas, viéndose en un callejón sin salida...el final...sorprendente y agridulce deja lugar a la esperanza...pero eso...debéis descubrirlo vosotros...
...Cuando terminé de leerlo, necesité algunos días de reflexión; no me abandonaban las escenas que en él se narraban, estaba sobrecogida. Hacía tiempo que no me había impactado tanto una historia así . Por lo que sin lugar a dudas os recomiendo que lo leáis.


Gabriel Aura Borrajo Nació en Alcoy. Es diplomado en turismo, 
melómano, devorador de libros y escritor. Esta es su primera: Las Voces Errantes

viernes, 31 de octubre de 2014

ESTACIÓN DESTINO

ESTACIÓN “DESTINO”
María estaba cansada de su existencia, gastada de vivir. Sus pasos la llevaron a la vieja estación de ferrocarril, en esa parte de la ciudad que siempre está cubierta por el intenso gris de la tristeza.
A medida que avanzaba, sus pensamientos se iban desordenando en su cabeza, y su memoria arriaba las velas en el olvido de sus años.
Llegó a tiempo de coger su último tren, ese que no necesita billete, ese que el revisor hace la vista gorda, ese del que jamás podrá regresar; al menos como partió.
Sintió desprenderse un trocito de corazón, el que no fue capaz de guardar bajo la coraza de la indiferencia. El que había disfrutado de las caricias más tiernas se quedaba allí, anclado en el andén recordando su  pasado, esperando su regreso.
No estaba sola, otras almas perdidas vagaban por la estación. Auténticos desconocidos hermanándose para emprender el mismo viaje.
Caminaba hacia las puertas del tren, como si alguien manejase los hilos de su vida. Hacía tiempo que no pensaba nada por sí misma, sencillamente se dejaba llevar.
Se acomodó en un compartimento que estaba vacío, aunque pronto empezaron a ocuparse sus asientos. No se había acabado de instalar cuando entraron una madre con su parlanchina hija, rompiendo el silencio que también se había instalado con ella.
Cuando  la pequeña se sentó a su lado, regresó a su infancia, a los días que pasaba con su abuela. Rememorando esas historias de miedo que contaba su tía sentados alrededor de la mesa de camilla, cuando sus padres salían al cine.
 Recordaba como los domingos por la mañana, su abuela la bañaba en aquel enorme baño de zinc, el olor a limpio que desprendía el jabón verde y con qué ternura la secaba con aquellas toallas perfumadas por los jabones de lavanda. Esos que se ponían en los cajones de la cómoda dónde las guardaban. Catalina, su abuela, siempre olía a lavanda.
Se le vino a la memoria aquel domingo que la llevó a ver el tren, porque  no  lo conocía.
“Recorría la estación de la mano de mi abuela, siempre calentita, que agarraba la mía con fuerza, como si temiera perderme. Después de comprar los billetes, nos parábamos  un ratito en el andén para ver pasar los trenes. Si cierro los ojos puedo recordar la imagen; incluso  ese penetrante olor a carbonilla, que en los días de aire recorría la ciudad y se acababa impregnando en las sábanas blancas que mi madre tendía en la terraza.
Mi abuela dejó que me sentara al lado de la ventanilla, y mientras ella dormitaba, me  entretenía contando los postes de la luz, sentada en aquellos asientos  de escay verde”

Con el traqueteo del tren se fue quedando dormida, sólo el agudo sonido que emitía el silbato del jefe de estación la devolvió al viaje, a su vieja existencia, a sus desordenados pensamientos. El tren se había detenido frente al cartel que anunciaba la estación, pero su cansada vista desdibujaba borrosas las letras. No sabía dónde habían hecho la parada, ni tan siquiera el tiempo que había transcurrido en el trayecto.
Con un golpe seco se abrió la puerta del compartimento, entrando a tropel un adolescente impertinente que sin soltar palabra se arrellanó en uno de los asientos que quedaba libre. Con gesto adusto, de parecer enfadado con medio mundo, se enfrascó los auriculares y se aisló del otro medio.

“sonreía para mis adentros, yo también fui adolescente impertinente, también miré ofuscada al mundo, y encontré en esa etapa el amor de mi vida y con él mi primer desencuentro. Esfumándose de mis   sueños los cuentos de hadas y princesas, aprendí a poner los pies en la tierra para encontrarme con la tozuda realidad.”

A través del cristal desfilaban los postes de la luz que, para mitigar el aburrimiento, inútilmente intentaba contar perdiendo la cuenta antes de empezar; y entre bostezos, como ruido de fondo la banda sonora del rodar del tren, se quedó dormida de nuevo.

“Un sueño espeso a la vez que inquieto me invadió. Soñé que el tren iba a ninguna parte por unas vías que, como líneas paralelas, se extendían hasta el infinito.  Viajábamos sin conductor,  me quería bajar, pero el resto de los viajeros pasaban su tiempo ajenos como si tal cosa;  parecía ser la única que percibía esta situación. Y lo peor de todo es que parecía que no me veían,  ni me escuchaban,  que no existía para ellos.  Un sudor frio perló mi frente, de pronto sentí una presión en el brazo; la señora que estaba sentada frente a mí intentaba despertarme. Parca en palabras pero con voz amable me dijo –estaba usted atrapada en  una pesadilla.
Abrí los ojos y tuve la percepción de que el tren marchaba más rápido.
La señora que me despertó estaba sentada frente a mí, sonriente. Me fijé más detenidamente en ella; parecía aún joven pero la vida, a golpe de martillo, había cincelado imperceptibles cicatrices; sólo otra mujer que hubiera sufrido las mismas heridas se hubiera dado cuenta. Llevaba entre las manos una urna pequeña, al ver que yo  detenía la mirada sobre ella explicó –son las cenizas de mi Antonio, no soportaría la idea de estar separados.
Nunca había sentido la muerte tan cerca.
No recordaba cuando habíamos hecho la última parada, quizá porque estaba dormida. Un ligero hormigueo rondaba mi estómago, me miré la muñeca y en ese momento me percaté que había olvidado el reloj, asesino del tiempo, como a mí me gustaba llamarle, sobre todo en esos momentos que volaba esfumándose entre mis dedos. La señora que seguía sentada frente a mí con los restos de su difunto apuntó:
-Son ya más de las dos; va siendo hora de sacar el almuerzo. En ese momento también fui consciente de que lo había olvidado, que había emprendido el viaje ligero de equipaje; y tan ligera pensé para mis adentros
-Con las prisas olvidé de traer merienda –dije con poco convencimiento.
Dejó la urna en el asiento de al lado y con sumo cuidado extendió una servilleta sobre sus rodillas. Fue sacando todo tipo de  fiambreras con comida dispuesta a compartirlas conmigo.
Le sonreí, y a pesar de tener hambre apenas  comí un par de trocitos de queso y algo de pan, no quería abusar de su generosidad. Entre bocado y bocado fuimos desgranando retazos de nuestras paralelas vidas, marido, hijos, una vida cómoda hasta que con un quiebro del destino lo perdimos casi todo. A ella solo le quedaba una urna con las cenizas del que fue su compañero de viaje  y unos hijos al otro lado del océano que solo se acordaban de ella por navidad. A mí, ni tan siquiera eso, solo unos pensamientos desordenados y unos recuerdos que  iban desapareciendo de mi memoria por momentos.
Me recordó mi propia existencia con menos años vividos; yo tenía la vista más cansada y el cuerpo y el alma más envejecidos, pero en definitiva, no dejábamos de ser eslabones de la misma cadena. Me dio la sensación de que también viajaba a ninguna parte.
Un sol luminoso se acostaba sobre el horizonte exhalando una luz pastel, dibujando en el cielo las formas más caprichosas que se le antojaban; hasta dar los últimos coletazos y quedar en la penumbra. Una frágil luz daba un aspecto curioso a las siluetas, desdibujando lo que hacía  apenas un rato había coloreado el sol.
Mis pensamientos se volvieron más confusos y mis ideas se mezclaban unas con otras; y si antes me había resultado familiar la cara de esa mujer, ahora era una perfecta desconocida.
Noté que me movía, ¿Dónde estaba? Me miré las manos, no reconocía esos dedos curvados y viejos, esas manos cansadas. Miré por la ventana, la oscuridad enmarcaba todo el cristal. Se había hecho de noche.
Una nueva parada, debía ser una estación importante. Se formó un gran revuelo de gente, sombras que una luz marfil proyectaba deformadas sobre el suelo. Unos bajaban con sus equipajes, su viaje había terminado. Otros colocaban sus enseres en los huecos libres que quedaban en las estanterías que había sobre los asientos. Me pareció verla entre los recientes  viajeros del compartimento con un traje muy negro y una cara muy pálida. O tal vez fue otra ilusión que proyectó mi desordenado pensamiento.
En un instante de lucidez, descubrí que ya no se hallaba frente a mí la señora con la urna de su difunto esposo; no recordaba  su nombre, ni siquiera si nos despedimos, seguramente habría llegado a su destino.
Con el mismo traqueteo monocorde que me había acompañado todo el viaje me fui adentrando en mis pensamientos, cada vez más confusos, cada vez más desordenados, y con una sensación de vértigo que parecía que aceleraba más el tren. Aún así, me daba cuenta que a cada tramo que avanzábamos iba cambiando también el paisaje humano; gente que iba y venía, que entraba y salía de mi vida.
Tardé un buen rato en adaptar mis ojos a la penumbra que imperaba en el compartimento. Allí estaba, ocupando el asiento al lado de la puerta, con el traje muy negro, y la cara muy pálida. Me parecía mucho más anciana  y más vulnerable de lo que recordaba. Asía su bolso desconfiada,  con cara de pocos amigos se fue arrellanando en el asiento.
-¿Va muy lejos? –Me preguntó de repente.
Su pregunta me cogió por sorpresa y le respondí sin pensar la respuesta
–Hasta el final.
-Seremos compañeras de viaje –espetó de nuevo.
El corazón empezó a latirme con fuerza, notaba como me pulsaba en la sien y me inundaba la sensación de que ya había pasado por esa situación, sentí un frio que recorrió todo mi cuerpo.
No volvió a hablar durante largo rato; yo intentaba ordenar mis pensamientos, tarea inútil a esas alturas del viaje, pues vagaban por mi cabeza como caballos desbocados, pasando veloces como episodios sueltos de mi vida.
Me asusté al mirarla un instante y ver en sus ojos mi reflejo, ajada copia del original, mi pelo más blanco, mi sonrisa congelada y la mirada perdida Dios sabe dónde.”

El sonido del tren inundó la estación, un pitido agudo anunciaba su llegada, mientras los pasajeros iban recogiendo sus cosas, estirando las piernas y desperezándose disimuladamente.
-¡Hemos llegado a la última estación del trayecto! –avisaba el revisor en cada compartimento.
Los pasajeros ya estaban levantados cogiendo sus maletas. Tan solo una mujer permanecía inmóvil en su asiento, sí, la  mujer que  montó en aquella estación que siempre estaba cubierta por el intenso gris de la tristeza. El revisor se acercó a ella y tocándole el hombro con suavidad le comunicó que el tren ya había llegado; al ver que no se movía, volvió a tocarla. Esta vez lo hizo en la mano, helándose su rostro al comprobar que estaba fría y rígida. Con la mirada perdida entre el resto de los viajeros exclamó – ¡Hace rato que esta mujer llegó a la estación “Destino”!




 Texto:Pepa Cid