POSTALES
DE OTRA ÉPOCA
Los
días de mi niñez, que lejanos van quedando. Pequeños retazos de vida que marcan
los recuerdos; tan grabados en la retina de la memoria que parece que fue ayer.
En esa Puerta de la Villa, que en aquel entonces me parecía inmensa, cómplice
de mis idas y venidas cuando en casa me mandaban a los recados.
A
las “Martínez” a comprar colonia a granel o a revelar fotos.
A
“Casa Peña” a por unos pasteles, que a veces llegaban menguados a casa.
O
a “Fabián Quesada” el ultramarino del barrio en el que no comprabas nada
precocinado.
También
en la Puerta de la Villa recuerdo a aquel hombre de ojos un poco saltones, voz con cadencia tranquila, calmada. “El
cangrejero” le llamábamos porque, entre
otras, cosas vendía cangrejos. Perenne durante todo el año hiciese frio o
calor, lloviese o no, allí estaba sin faltar nunca a su cita.
Otro
de los recuerdos que se me arremolinan…son las tardes de cine. En lo que hoy es
un edificio fantasma venido a menos, que conoció épocas mejores de matinée y
fiestas, el cine Liceo. ¡Qué tardes de romanos, de vaqueros, de risas, de
lágrimas! Con aquella taquillera que parecía que había estado toda su vida allí
metida.
Eso
sí, antes, habíamos pasado por el puesto de chuches del inolvidable Pepín. Esos
chicles bazoka que cuando hacías un globo se te explotaba cubriéndote toda la
cara, esas pipas…en el que, junto con la entrada al cine, te gastabas toda la
paga del domingo. En mi caso, siete pesetas nuevas que mi padre me daba y que
yo, ignorante, creía que las hacía la noche anterior en una máquina misteriosa
que guardaba en “el cuarto chico”.
También
recuerdo aquel enorme cine…Mª Luisa, muy destartalado. Le lavaron la cara,
Navia lo llamaron y ahora con el paso de los años…no deja de ser una sombra
gigante, igual de destartalado que antaño, en pleno centro de la
ciudad…esperando que se fijen en él, ,soñando lucir como antes.
Otro
recuerdo que se me viene a la memoria es la plaza de Santa Catalina, hoy Templo
de Diana. Aquella fuente verde de hierro en la bebíamos, y tarreteábamos con el
agua. Esa plaza llena de coches que no nos molestaban, sino que nos servían
para escondernos cuando jugábamos. Hoy con una fisonomía totalmente cambiada,
anclada en las ruinas romanas pero elevándose en la modernidad del blanco hormigón.
No
puedo olvidar el “parque infantil”, no se la de horas que pasé en él. Con esa
pista de cemento…la de veces que habré patinado en ella, con esas ruedas
metálicas haciendo un ruido atronador, tardes enteras de sábados.
Y
en el mismo parque, aquellas piscinas con la foca en el centro manteniendo en
equilibrio un dado que giraba incansable mientras hubiera un niño o una niña
que lograra empujarlo. Una de color rosa y otra amarilla, pasábamos los cálidos
veranos. Solo nos salíamos para comer con los dedos morados.
En
el parque del turismo, plaza de la Constitución se llama, ya asomándonos a la
adolescencia pasábamos las horas sentados en esas escaleras, arreglando el
mundo con aires de inocencia, tocando la guitarra, cantando, ruborizándonos con
ese primer beso.
Y
nos hicimos adultos, atrás quedaron esos recuerdos, memoria conjunta de
generaciones que hoy revivo en este texto.
Texto:Pepa Cid
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