Hacía
tanto tiempo que no visitaba la estación del tren, que apenas la reconocí.
Es curioso, ahora me
parece todo más pequeño. La taquilla más estrecha, el señor que vendía los
billetes mucho más viejo, los bancos, entonces de madera, los habían sustituido
por sillas de plástico, con mucho diseño, si, pero muy impersonales también.
Poco quedaba de la
estación que pervivía en mi recuerdo.
Y el viejo kiosco, también
de color verde, con aquella señora dentro, siempre estaba dentro. De pequeña
pensaba que había vivido siempre allí. También había desaparecido.
En su lugar, se levantaba
un moderno ascensor de cristal y acero, que daba a la estación un aire más
funcional, pero menos romántico.
Tampoco se veían esos
andenes de color gris confundidos con el olvido. Ni ese trasiego de pasajeros
con sus maletas, marchando en todas direcciones, saliendo como un río de lava
por las puertas del tren.
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Por no hablar de los
bulliciosos viernes por la tarde. ¡Como llegaban los trenes! Cargados de gente,
estudiantes, soldados, niños, ancianos… personas tan dispares que a medida que
se bajaban del tren llenaban la estación. Parecían extras de una película antigua.
Y
allí al fondo, como molinos gigantes, estaban olvidadas las grúas que cargaban
y descargaban los contenedores, sumidas en el letargo invernal, o quizá la hora
del almuerzo. Las recordaba en color sepia, como el recuerdo de una foto, con
ruedas dentadas, siempre en movimiento, pero ahora allí estaban…multicolores,
enormes, paradas.
Ya no se escuchaban los
anuncios de las llegadas ni las partidas de los trenes. Había un silencio
inusual a esas horas del día, en las que la vida fluía por todos lados.
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Abrió sus puertas, y
arremolinados salieron montones de niños corriendo y gritando llenando aquel
espacio con sus voces, y no me hubiera extrañado, de no ser porque…sus peinados
y sus ropas parecían sacados de otra época, de un cuadro detenido en el tiempo.
No podía dar crédito a lo que veían mis ojos, los volví a cerrar, me pareció
oír como el ruido se iba apagando.
De nuevo miré al
andén…todo estaba desierto como cuando entré en la estación, sólo la señora de
la limpieza…parecía el único pasajero.
Texto y primera foto:Pepa Cid
Fotos: Angel Solit Ario
Haces que pueda vivir, como si fuese mi propia vida, esos relatos en primera persona. La magia de tus palabras es inmensa...
ResponderEliminarno sabes como me alegra que te sientas identificado con el relato. Gracias
ResponderEliminarpor tus palabras, me animan a seguir en este mundo de magia.
Me encanta lo bien que describes las situaciones, personajes, momentos..Enhorabuena Amiga.
ResponderEliminargracias Pedro, encontrar quien te anime en este camino hace más llevadera la soledad que acompaña a veces al que escribe, y de eso tu sabes algo verdad?
EliminarComo cada cosa que escribes, me hace transportarme a la historia de tu relato, gracias querida amiga por hacerme soñar <3
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